miércoles, 20 de agosto de 2014

Perdida y perdiéndote.

Y no me puedo quejar, tú mismo me advertiste de las consecuencias de quererte y yo aún así lo hice. Me dijiste que acabaría mal, pero nunca me avisaste que dejarías de quererme. Y, a pesar de ello, seguí contigo. Conocí cada uno de tus deseos, tus manías, tus miedos y tus hábitos. Vi lo bueno y lo malo, y aún así me enamoré de ti. Me enamoré de tu forma de caminar, del sabor de la cerveza en tus labios, de tu sonrisa, de tus mil historias inventadas para hacerme reír y de todos y cada uno de tus lunares. Me hiciste sentir la mujer más especial del planeta y a la vez la más hundida. Porque cuando me tuviste, cuando al fin pudiste decir que era tuya, todo cambió. Las risas se sustituyeron por silencios incómodos, los besos de despedida en mi portal desaparecieron ya que cada uno volvía por su cuenta, y los mensajes de buenas noches las cambiamos por noches en vela buscando una solución. Pero no la encontraba, porque estaba escondida junto a todo lo que un día habías llegado a sentir por mí. Y, llegados a este punto, no nos quedaba más remedio que seguir cada uno su camino.  Y me pregunto si sabrás que te esperé y me desesperé aguardando a que volvieses, porque siempre tuve la esperanza de que lo hicieses y, como dicen, es lo último que se pierde. Y así andaba, perdida y perdiéndote.
Y me pregunto por qué nunca me dijiste que quererte acabaría de tal forma conmigo, que me dejaría hundida. Y me pregunto cómo conseguiste dejar de quererme, o si realmente llegaste a sentir algo de lo que me dijiste.  

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